Desperté temprano y sin quejas, sabía que hoy era día de continuar la ruta y dejar Bahía la Bocana, hoy nos despedimos de Raúl igual que como hicimos de Emmanuel.
Al poco tiempo de haber salido de la Zaigua vino Raúl a darnos los buenos días, se burlaba de que ahora si habíamos despertado temprano (como todos ahí).
Hoy continuamos la grabación que ayer no pudimos terminar debido a la poca luz.
Enciendo la cámara, la enfoco, Raúl me ve y comienza a hablar de la vida ahí; lo que pide son maestros con vocación y no gente que ocupe esos puestos por mero interés económico, pide médicos con conciencia en vez de esos que ahora le niegan atención a aquel que tenga un padecimiento grave o que no lleve consigo dinero. Raúl tiene los pies bien puestos en la tierra, sabe que ahí en la Bocana, no le espera futuro, ni a él ni a su hija, a nadie… Aun así, Raúl mira a la cámara y dice, “espero que esto sirva para que alguien que vea este video, y se interese pues venga, a decirnos cómo, que nos enseñe! Pues, a salir adelante”. Yo pienso: Raúl tiene muchas esperanzas en un video al que nosotros no podemos dar mucha difusión, y aunque así fuera, quién vendría a esta recóndita playa a ayudar a esta gente a salir adelante, ¿cómo lo haría?
Es triste y pesa que personas como Raúl, se acostumbren a que el gobierno, los delincuentes y la falta de oportunidades los expriman y los dejen colgados de esperanzas que difícilmente se convertirán en realidad.
Terminamos el video y Raúl nos trajo unos cocos que cortó de su palmera, a su niña le encantan (se veía súper graciosa prendida del coco como abeja al dulce). Con él hicimos nuestro primer intercambio de objetos; llevábamos un sombrero mexicano, de esos típicos de springbreak, a cambio él nos dio un par de estrellas de mar ya decoradas con diamantina.
Luego nos despedimos, fue un placer haberlo conocido, es sorprendente todas las historias que nos contó ese hombre en tan poco tiempo, nos dijo que a él le gustaba saludar y hablarle a la gente, “pues así como a ustedes, que los conocí ayer y ¡ya les hablo como si los conociera de toda la vida!”.
Ya casi al irnos, regreso con unas naranjas y tres limones, él los cosecha en su jardín para su familia, nos los regaló y se despidió.
Ahora, después de cinco o seis horas en carretera, ya estamos en Playa Zicatela, en Puerto Escondido, Oaxaca. Es sorprendente el cambio que hay de una playa a la otra. Ahora mismo estoy escribiendo al lado de un pequeño bar brasileño con música en vivo. Este es un lugar de gente joven, surfistas mayormente, de todos lados del mundo, la calidad de vida aquí es muy diferente a la de la gente de Marquelia y la Bocana.
Llegamos y casi corrimos al mar por el calor que teníamos, pero debo decir que hay veces como hoy, en que las olas de este lugar me intimidan bastante. Después de un rato en playa fuimos por una ducha a la Zaigua (la Combi tiene dos cilindros de PVC llenos de agua, cada uno con su grifo y manguera; uno es regadero y el otro es para lavar trastes). Pues nos pusimos en la calle a bañarnos, sacamos el shampoo, el jabón y venga; por lo visto no están acostumbrados a ver a la gente bañarse en la calle, por que al terminar ya teníamos público, y eso que teníamos trae de baño puesto jaja.
Nos quedaremos aquí un par de noches, lo cual me encanta.
Ahora lo que queda es trabajar en la entrevista que le hicimos a Raúl, y yo, personalmente me enfocaré en vencer un poco de ese miedo a las olas de Zicatela.
Andrea
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