Pasar el día de ayer en Bogotá fue muy interesante y algo totalmente diferente de los lugares en los que hemos estado durante el recorrido. Gente de todo tipo, caminando, corriendo, comiendo… Edificios por todos lados, puestos de comida, tiendas, anuncios, y David y yo - medio perdidos.
Hoy bajamos – ya que La Calera, donde nos estamos quedando, está arriba en las montañas - hasta Bogotá con Julián. Él estaba listo para su día de trabajo y nosotros para seguir explorando. Nos despedimos cerca de la calle séptima, que es la que mejor conocemos hasta ahora. Lo primero que haríamos sería ir al Museo de Oro.
Tomamos la séptima, que en esa área es peatonal, y comenzamos a caminar rumbo al museo. En el camino nos topamos varias tiendas de artesanías, y aprovechamos para ver si nos gustaba algo. Encontramos tazas, café, bolsos y zapatos adornados con las molas Kuna, piedras, chocolates, e infinidad de cosas más. De ahí nos fuimos a comprar un chocolate caliente. La temperatura estaba perfecta, el aire estaba frío pero el sol calentaba bastante. De pronto vimos pasar un perro pastor alemán con un letrero colgando del hocico que decía “SONRÍE”, me pareció la cosa más bonita pero por más que traté de tomarle una fotografía no lo alcancé.
La séptima está dividida, un carril para bicicletas y dos para peatones. A lo largo de la calle se ven cafeterías, restaurantes, tiendas de artesanías, tiendas de ropa y zapatos, y mucha gente yendo de un lado a otro. Terminé mi chocolate y nos fuimos al museo.
La entrada al Museo del Oro es de COL$ 3,000 por persona, los domingos es gratis. El edificio es muy grande y las exposiciones están bien organizadas. Comenzamos por el cuarto piso: El trabajo del Arqueólogo, presentación continua de cortometrajes/documentales colombianos y un área que presenta en maquetas cómo eran las aldeas antes de la colonia.
El tercer piso explora la cosmología y simbolismo de las culturas prehispánicas en Colombia. Iniciamos el recorrido en una cámara que presentaba varios objetos que representaban a los chamanes. La siguiente cámara presentaba las ofrendas que se entregaban a los dioses. En una pared se escribía la historia del Dorado ‘Cuando un cacique comenzaba su mandato se le cubría de polvo de oro, y acudía a una laguna en la que ofrecía a los dioses oro y esmeraldas lanzándolos al agua’. Al cacique no se le podía ver a los ojos a o a los pies, y no podía tocar el suelo. ‘Para el siglo XVII, una de las lagunas en las que se sabía se hicieron ofrendas, fue drenada casi a su totalidad en búsqueda de oro’.
Entramos a una cámara circular totalmente oscura, de pronto se cerraron las puertas y comenzaron a escucharse canticos, a los lados se veían destellos esporádicos, nos dimos cuenta que las paredes estaban cubiertas de piezas de oro, comenzaron a encenderse luces aleatoriamente dejando al descubierto hermosas piezas. Los canticos fueron disminuyendo y quedamos en total oscuridad de nuevo.
En el segundo piso vimos la una enorme colección de piezas ornamentales labradas a detalle, que fueron usadas durante la época prehispánica en Colombia. Collares, brazaletes, orejeras, narigueras, máscaras… Yo no podía parar de tomar fotos y sorprenderme de lo hermosas que son las piezas.
En el mismo piso hay un área dedicada al trabajo de los metales, explica algunos delos procesos llevados a cabo para la fabricación de las piezas que habíamos visto y presentaba muchas más que eran aleaciones de oro, bronce y platino.
La fase final de la exposición estaba en el tercer piso subterráneo, ahí encontramos información y piezas de las culturas indígenas de Norteamérica. Ropa, botas, mallas, hechas con pieles de animales, intestinos de foca que hacían de impermeables, piel y plumas de pelícanos que ayudaban a calentar a los indígenas en el norte.
Fue MUY interesante ver las diferencias entre unas culturas y otras, separadas por el tiempo y la geografía. Mientras unos se cubrían con oro, otros se protegían con intestino de foca y pieles.
Salimos del museo algo cansados, la exposición es bastante amplia y estuvimos ahí casi tres horas. Comenzamos a caminar en busca de comida, encontramos un lugarcito en el que probamos el famoso Ajiaco Santafereño – una sopa (caldo en México) con mucha papa, pollo desmenuzado, alcaparras, aguacate, crema y un toque de guasca – una especia de la región que da un toque ligeramente picante -, además lo sirven con arroz. Aprovechamos para descansar un poco ahí sentados, ya que nos faltaba la caminata al cerro Monserrate, que como Julián nos dijo, es un símbolo de la cultura bogotana.
El cerro se encuentra al lado de la Candelaria, se le ve a lo lejos alto y verde, en la cima una iglesia color blanco. La caminata desde la entrada demora unos 45 minutos, otra opción es tomar el teleférico o el funicular. Nosotros optamos por caminar.
Salimos del restaurante muy llenos, comenzamos a caminar rumbo a Monserrate, después de 15 minutos estábamos en la entrada, de pronto alguien gritó ‘Esta cerrado! No pueden entrar caminando’, volteamos la vista al otro lado de la calle, el hombre era uno de los comerciantes del lugar, nos aclaró que los martes dan mantenimiento al sendero de caminata.
Regresamos a la séptima y caminamos un rato más, fue una lástima no poder subir al Monserrate, por lo que nos han dicho la vista es espectacular, perfecta para fotografías. Por otro lado, pensábamos en el cansancio que teníamos encima a pesar de no haber subido, ‘Imagínate si además hubiésemos hecho el Monserrate’ me dijo David cuando comencé a quejarme del dolor de piernas.
Paramos un rato, compre un café y nos sentamos a ver la gente pasar. Había una exposición de fotografías de Colombia, su gente, paisajes, sucesos políticos, la guerrilla, narcotráfico y algunas más de otros países. Estuvimos ahí un rato viéndolas, fue entonces que David notó que la policía estaba revisando aleatoriamente la documentación de las personas que pasaban, en especial de hombres. Más tarde Julián nos dijo que posiblemente eso se deba a las pesquisas que realizan ya que están en búsqueda de mucha gente: (ex) - guerrilleros, paramilitares, etc.
Quedamos de vernos con Julián cerca a la salida hacia La Calera, pararíamos en un mirador a ver el atardecer. Llegamos al mirador, aun había bastante luz, tomé algunas fotografías y esperamos a que el sol se metiese; mientras tanto Julián nos dio arroz con leche y natilla que había comprado para que probáramos, el arroz sabía como el de mi abuela. Vimos el sol meterse y a la ciudad transformarse, de pronto todo era luces, líneas rojas en donde había tráfico y puntitos amarillos y blancos alumbrando los edificios. Fue muy bello.
El frío me ganó y subimos a la finca, Ángela nos recibió con un tinto y ahí estuvimos un muy buen rato platicando. Ahora vamos a esa deliciosa cama que nos han cedido aquí en la finca, a descansar y tratar de planear que haremos mañana….
Fue un buen día en Bogotá.
Andrea
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