Nuestro día comenzó a las 3:30 am, estaba lloviendo y había que salir hacia los Termales “El Pisque” en la comunidad San Luis de Guachala. David y yo no entendíamos por qué había que salir a esa hora pero Fernando y Eugenia, su esposa, insistían en que esa era la hora a la que se debía ir, más tarde habría mucha gente.
Casi dormidos subimos a la camioneta, yo sentía que me helaba, hacía mucho frío y la lluvia no ayudaba mucho, además me ardían los ojos que apenas y podía abrir del sueño que tenía.
Llegamos a los termales, ya había un hombre mayor dándose un baño; David y yo no podíamos creer que a esa hora ya hubiese alguien, nos sentimos un poco menos locos.
Lo primero era: quitar el montón de chamarras – yo llevaba cuatro – y quedar en traje de baño, luego darse una ducha “tibia”, eso fue la peor parte para mí. Mientras estaba en la ducha sentía el aire frío correr – eso sí que me despertó -, no podía ni moverme.
La piscina termal era bastante pequeña, pero fue un GRAN alivio sentir el agua caliente después de caminar desde la ducha bajo la lluvia. Apenas comenzábamos a relajarnos en el agua, vimos que llegaba más gente, todos hombres ya en sus 50’s o más. De pronto éramos ya seis en la piscina, a los pocos minutos diez. Nosotros seguíamos atónitos de ver la hora a la que esa gente se levantaba para darse su sesión de agua termal.
Después de un rato uno que otro salía de la termal a la de agua fría y regresaba, yo no quería ni pensar en salir del agua. Más tarde comencé a sentirme sofocada y tuve que salir a otra piscina con agua tibia, David fue conmigo y a los dos nos vino muy bien el cambio. Luego de un rato volvimos a la termal y después a ducharnos.
Salimos del balneario, poco antes de que saliera el sol, estábamos ya despiertos y listos para lo que seguía en el día. David y yo pensamos que de ahí regresaríamos a la casa, pero estábamos muy equivocados, nuestro día de trabajo acababa de comenzar. Visitaríamos la comunidad de Chumillos, que se encuentra a una hora de la ciudad de Cayambe a casi 4000 metros de altura s.n.m.
El baño nos había dado mucha hambre y pedimos a Fernando se detuviese a comprar algo para desayunar. Encontramos una cafetería en Cayambe, ahí desayunamos lo típico de esta zona de Ecuador: huevos y chocolate caliente con bizcocho y queso de hoja – en México al queso de hoja lo llamamos queso Oaxaca, y es el mismo que en Colombia llaman queso pera. Además probamos las tortillas de tiesto, son pequeñas tortitas de harina dulces o saladas, muy ricas.
Dejamos la cafetería y comenzamos la ruta hacia la comunidad de Chumillos; salimos de la carretera principal y tomamos un camino empedrado y largo hacia la comunidad. El paisaje era increíble, pasábamos entre laderas inmensas, amarillosas con parches verdes, la hierba dorada se movía con el aire.
Llegamos a una comunidad, nos aclararon que no era esa la que buscábamos. Estábamos en Chumillos Alto, debíamos encontrar Chumillos Centro, que estaba a poca distancia de ahí. El dirigente de la comunidad nos dio instrucciones para llegar a nuestro destino, mientras tanto comenzaban a salir varios niños de su salón de clases – al lado del camino -, nos veían con caras de asombro y curiosidad.
Seguimos el camino hasta encontrar una mujer que venía caminando en contra del viento helado. Ella era una de las mujeres de la comunidad, subió a la camioneta y nos guio hasta el centro arqueológico de la comunidad. Ahí nos recibió una chica de unos 27 años, es la encargada de un pequeño museo en el que se muestran con fotografías los estudios que se han realizado en la zona. Era una construcción gruesa hecha con arcilla, techo de madera y dos pequeños huecos que hacían de ventanas.
Nos encontramos después con tres mujeres más, eran las líderes de la comunidad. Pasamos a un salón recién construido y ahí ellas comentaron los proyectos en que habían estado trabajando: la construcción de una presa para el riego, el mejoramiento del museo y, además estaba planificando la construcción de cabañas para hospedar turistas que llegaran a la zona. Los hombres del lugar trabajaban fuera, en las ciudades como albañiles la mayoría.
Las mujeres nos guiaron a las ruinas en las que se cree que los indígenas del lugar se defendieron del imperio inca, cuando intentaba apoderarse del sitio. Subimos a lo alto de una montaña, la caminata era muy pesada por la presión, además el aire helado nos empujaba.
El paisaje mejoraba a cada paso, podíamos ver las nubes cerca mezclándose con los pastos altos y amarillos. Las mujeres llevaban sus sombreros y chompas; todas eran bajitas y morenas, con la piel curtida y las caras como pintadas de rojo por el frío y el sol. Hablaban bajito pero reían mucho, y describían con bastante entusiasmo los sucesos del pasado, al hablar del presente se ponían algo más serias y bajaban la vista.
Aunque hermoso, el lugar era desolador, alejado de todo, con unas condiciones y clima que no permitían hacer mucho. El agua no es suficiente, el frío es duro, no existe inversión y ellas están ahí, tratando de hacer algo por avanzar. Mucho de lo poco que se tiene, es ‘comunal’ y pertenece a toda la comunidad, incluido lo que se gana con la visita de turistas – 1 dólar por persona para ver el museo.
Estuvimos un buen rato admirando desde lo alto los páramos. Hablamos con ellas, todas mujeres con iniciativa, tratando de aprender y contando sus experiencias de diferentes intentos que han hecho de iniciar un negocio rentable.
La comunidad tiene una pequeña escuela en la que atienden a los niños del lugar. Para cuestiones de salud y abastecimiento deben salir a poblados “cercanos”.
Algo que notamos a diferencia de comunidades indígenas en otros países, es el número de hijos que tiene cada familia. La chica que nos recibió en un principio, nos dijo que tenía ya cuatro años de matrimonio y apenas iban a tener su primer hijo. Al preguntarle si usaba algún tipo de preservativo nos dijo que sí “pues, usamos la píldora; se supone que el gobierno la da, pero yo personalmente no he ido al médico, las compro…”. Para nosotros eso significó un gran paso adelante en cuestiones de desarrollo e información a la mujer; en comparación con otras comunidades que hemos visitado, en las que la mujer puede llevarse una golpiza si menciona a su marido que quiere – o necesita - usar preservativos.
Terminamos nuestra visita, con ganas de volver pronto. Fernando habló con ellas de cómo el negocio de las vacas y la leche ha funcionado para otras comunidades, pero ellas no estaban muy seguras de que eso funcionara para su comunidad, ya que la falta de agua no permitía que creciera pasto para alimentar a las vacas, por tanto, las que tenían no daban mucha leche.
Nos despedimos y regresamos a Cayambe, de ahí David y yo tomamos un autobús a San Pablito – a la casa, ya que Fernando debía quedarse en la oficina. El conductor nos haría el favor de decirnos cuándo bajar, pero se olvidó de nosotros. De pronto lo oímos reír, el autobús estaba vacío, solo quedábamos David y yo. “¡Ay se me olvidaron! ¡Miren ya están ustedes nomas, solitos! Pero no se preocupe ahora a la vuelta les digo dónde bajar. Pásense acá a donde los vea para que no se me olviden otra vez” y giro regresando a donde veníamos.
Apenas llegamos a la casa caí dormida, ambos tenemos la cara frita por el sol y el viento de hoy, parecemos dos tomates. Cenaremos con Fernando, Eugenia y su hija, que nos preparó algo rico. Seguro dentro de poco estaremos profundamente dormidos.
Andrea
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julio p (martes, 28 enero 2014 18:15)
hola
julio pinango (martes, 28 enero 2014 18:26)
hola mis queridos amigos, esta buena la experiencia en realidad luchamos con el propósito de fomentar el turismo comunitario
pues esperamos su próxima visita,
sera un placer atenderles,,,,,,,,,,,,,,
Zaigua (jueves, 30 enero 2014 07:10)
Hola Julio, esperamos volver pronto por allá de nuevo y conocernos en persona, un saludo.
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