Hoy, tal como nos lo advirtieron ayer, despertamos a las 4:00 am. Salimos de la cabaña aun a medio despertar, yo me sentía completamente adormecida pero me puso en alerta la oscuridad y la posibilidad de toparnos con una serpiente – nos dijeron que una de las más grandes salen por la noche.
Francisco fue por nosotros, luego se nos unió Teresa. El camino por el que íbamos era angosto, resbaladizo por la constante lluvia que había llenado todo de fango. Las botas se hundían y salpicaban. Francisco y Teresa caminaban confiados y sin detenerse. La lluvia se sentía como rocío. Francisco nos contó que una vez durante una larga caminata nocturna se fundió su lámpara; tuvo que caminar dos kilómetros en completa oscuridad.
Llegamos a una casa, nos quitamos las botas y subimos las escaleras que daban a un amplio salón. Estaba oscuro, solo había una vela y el fuego de una hoguera en la esquina de la habitación. Las casas no tienen mucha decoración, ni color, solo el de la madera, las ventanas no tienen cristal, y en este caso el techo era de palmilla. No hay electricidad – en la mayoría de las casas- ni agua potable.
Esta temprana reunión es una tradición de los Wachimak. Sus antepasados lo hacían, se reunían por la madrugada a tomar chicha –la bebida de yuca que preparamos ayer- y guayusa –una infusión que tiene diferentes propósitos: despertar a la persona, alejar a las serpientes y la de enjuague bucal.
Lo primero es tomar Guayusa, luego viene la chicha. La chicha es importante ya que impide que a la persona le de hambre, ya que es muy llenadora. Por ello los hombres la toman antes de irse a trabajar, eso les da tiempo de regresar a la comida sin hambrearse.
La mujer, en este caso yo, debe servir a los presentes la guayusa y la chicha. Para esto hicieron una representación dándonos a cada uno un personaje, eso resultó gracioso hasta para ellos que no paraban de reír cuando les tocaba interpretar su papel. Me tocó hablar Kichwa, o al menos repetir y tratar de aprender de memoria las frases que me indicaban para referirme a tal o cual cosa, yo era la anfitriona!
Mi papel era el de la nuera que se presentaba en casa de los suegros, David mi esposo, Francisco era el padre de David y Paulina era la abuela. Teresa dirigía la obra. Además estaba el “compadre” a quien le tocaba amenizar la reunión tocando la flauta para que la nuera estuviese contenta.
Luego de la primera ronda de guayusa y chicha, le tocó a la mujer de la casa, quien era mi “suegra”, servir la segunda ronda. Al terminar las bebidas, la abuela tomó la palabra y nos ofreció consejos de vida, todo lo decía en Kichwa así que Francisco traducía, fue muy bello y es una de las partes más importantes de esta tradición: instruir y guiar a los mas jóvenes.
La lluvia no paraba, y comenzaba a amanecer. Nosotros seguíamos con nuestras interpretaciones teatrales que nos tenían a todos riendo.
Salimos de la cabaña al amanecer. Regresamos a dormir ya que la lluvia no permitía hacer nada más, debíamos esperar a que parara. Nos despertamos para la hora del desayuno a eso de las 8:00am.
El resto de la mañana estuvimos con Teresa aprendiendo a hacer collares y pulseras con semillas naturales, nos hizo un collar a mí y otro a David, también un par de pulseras y aretes para mí. Probamos cacao blanco recién cortado de la planta –me encantó- y comenzamos la tarde sin lluvia.
Hoy en la comunidad se celebraría el Día de la Madre, a la vez, harían nuestra despedida. Los hombres serían los encargados de cocinar para las mujeres, mataron una gallina y la prepararon con arroz y pasta.
La comunidad se reunió en la escuelita, ahí pusieron una gran mesa y sillas para todos; las mujeres en un lado, los niños en otro y los hombres al frente de los niños. Había música y aplausos. Organizaron bailes tradicionales, nos mostraron lo típico de la región, se pusieron trajes autóctonos y bailaron al ritmo de tambores. Luego nos pusieron a bailar a todos música ecuatoriana; bebimos el café que cultivan aquí y agua con canela. Fue un día especial, nos despedimos y nos deseamos lo mejor unos a otros para el futuro.
Así terminó nuestra estadía en la comunidad Wachimak, cada uno de sus integrantes nos mostró su bondad y valor; en poco tiempo nos abrieron las puertas de sus casas y de sí mismos. Nos iremos satisfechos de lo que aprendimos y de haber compartido tanto en tan poco tiempo con los integrantes de la comunidad, que sin duda tienen mucho que ofrecer a quien deseé conocer más sobre su forma de vivir.
Andrea
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amelia (lunes, 20 mayo 2013 02:04)
los felicito por dar a conocer sobre la comunida wachimak, naci y cresi en el decierto no me imagino la vida en la selva.
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