El Zaigua-Dakar

Nuestros días en Bolivia están contados, hoy nos vamos de Uyuni y si todo va bien mañana estaremos entrando a Chile. Por lo que nos dijeron en la oficina de información y la policía, la ruta es un poco complicada ya que no hay señalización y la carretera no está asfaltada, parece ser que tendremos que utilizar nuestro sentido zaigüero si no nos queremos perder.

 

Después del mediodía organizamos la furgoneta, nos aprovisionamos de comida y salimos de Uyuni. Lo más importante era la gasolina, en todo el camino no íbamos a encontrar ningún lugar donde repostar combustible hasta que llegáramos a San Pedro de Atacama en Chile. El tanque estaba lleno y llevábamos más de 25 litros de reserva pero nunca se sabe.

Primero pasamos por San Cristóbal y queríamos llegar hasta el Salar de Chiguana. Sin embargo, aunque el mapa marcaba una carretera, dos personas locales nos dijeron que no había tal camino y teníamos que retroceder bastantes kilómetros si pretendíamos encontrar la carretera hasta el salar. Como no estábamos en condiciones de gastar combustible por gusto decidimos continuar camino.

 

Atravesamos un valle rocoso con gigantescas rocas a ambos lados de la carretera, un paisaje bien curioso ya que cada piedra tenía una figura bien caprichosa, nos preguntábamos como se habría originado ese lugar.

En un momento dado teníamos que girar hacia la izquierda pero como no había ningún tipo de señalización nos encontrábamos un poco desorientados. Poco a poco nos íbamos acercando al volcán Ollague y eso era mala señal ya que la desviación estaba antes. Paramos a un camionero que encontramos de casualidad y nos dijo que ya nos habíamos pasado el camino, teníamos que regresarnos. Deshicimos el camino hecho y giramos en un camino que se veía con muchas huellas de vehículos. La verdad que el sendero estaba en muy malas condiciones pero no teníamos muchas opciones y decidimos continuar a ver qué pasaba.

 

Pasaban los kilómetros y seguíamos con la incertidumbre de a donde llegaríamos. En ocasiones, el camino se dividía en diferentes caminos hacia diferentes direcciones y no sabíamos ni cual elegir, nos dejábamos llevar por nuestra intuición.

Cuando el sol estaba a punto de caer llegamos a una laguna que por su olor nos confirmó que estábamos en la ruta correcta. La laguna desprendía un olor a azufre bastante fuerte, no podía ser otra que la laguna Hedionda, la primera de las varias que teníamos que pasar. En sus orillas había un número considerable de flamencos dando un toque de color a un enclave rodeado de montañas nevadas, un paisaje muy hermoso.

Decidimos pasar la noche en la laguna y en cuanto desapareció el sol, la temperatura descendió considerablemente y el frío comenzó a hacerse insoportable. Hacía mucho viento y eso hacía que la sensación térmica fuera más baja, lo mejor era meterse dentro de la Zaigua. Ahí estábamos contemplando el paisaje cuando de repente vislumbramos un animal merodeando cerca de la laguna, era un coyote. Nos quedamos observándolo hasta que lo perdimos de vista, es muy diferente ver a un coyote comportándose en su hábitat natural que enjaulado en un zoológico.

Estamos en la Zaigua y solo hemos salido un rato para admirar el impresionante paisaje que nos rodea. La contaminación lumínica es nula y la bóveda celeste se puede ver en todo su esplendor. Se ven cientos de estrellas y la Vía Láctea se distingue con toda claridad, incluso acabamos de ver una estrella fugaz. Ahora vamos a acostarnos con esta visión desde la Zaigua arrullados con un poco de flamenco, pero no pondremos al Cigala, solo escucharemos el  sonido que hacen las aves que hoy tenemos de vecinos…

 

David

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