Retomar la ruta y decir adiós

Los días han pasado sin que nos diésemos cuenta, fue hasta el martes que la camioneta funcionó,  y el miércoles nos preparamos para dejar la casa de la familia Alcayaga, pero no fue así. A pesar de que todos nos despertamos temprano para poder despedirnos, era ya medio día y David y yo seguíamos sentados a la mesa finalizando asuntos pendientes en la computadora.  Después de eso nos fuimos de compras para preparar la comida –y el vino- que necesitaríamos el fin de semana en la convención de Volkswagen en Pichidangui.

 

 

Cuando volvimos a la casa ya era hora del almuerzo y Paulina y Doña Rosa ya nos tenían los platos servidos, así que con mucho gusto nos sentamos una vez más a la mesa.  Entonces recibimos un mensaje: más kombis de La Serena saldrían al día siguiente hacia Pichidangui, sería una pequeña caravana desde Coquimbo hasta el camping, así que nos apuntamos.  Por lo tanto hubo que avisar a la familia que nos quedábamos una noche más, noticia que por suerte recibieron con sonrisas y más comida.

El cariño y las complicidades que compartimos con la familia Alcayaga, la confianza y el apoyo que sentimos en ellos, nos sorprenden por el poco tiempo que tenemos conociéndonos, y  estoy segura que los extrañaremos muchísimo, a cada uno de ellos.

 

Esa noche celebramos nuestra despedida con pizzas que preparamos David y yo, además de las bebidas que fueron poniendo en la mesa: pisco sour, pisco cola y ron… fue una noche larga, de conversaciones interminables.

 

Hoy casi todos despertamos mareados, y lamentablemente hoy ya no teníamos excusa para alargar nuestra estancia en la casa aunque nos hubiese encantado.  Por suerte al despedirnos estaban todos en casa, excepto Don Homero, quien nos despidió a la hora del almuerzo diciendo “tienen que regresar”.  Fue muy emotivo y también triste.  Es increíble lo rápido que uno se acostumbra a la gente, cuantas cosas pueden compartirse en tan poco tiempo y el gran cariño que nace a los pocos días.  Los extrañaremos, los extrañaremos mucho.

 

Al final comenzamos la ruta solos, el resto de las Kombis saldrían por la noche y nos pareció riesgoso manejar sin luz.  Salimos de Coquimbo, diciendo adiós hasta que perdimos de vista a la familia Alcayaga que nos despedían desde el porche de la casa.

 

No mucho tiempo después tuvimos el primer incidente en la carretera: íbamos bajando una muy pronunciada pendiente a alta velocidad, sentimos un leve jaloneo pero no nos percatamos de que nada anduviera mal, entonces nos alcanzó un pequeño autobús y la gente hacia mímica como queriendo avisarnos de algo.  Nos detuvimos a la orilla del camino, junto a una alta pared de roca, buscamos qué pasaba hasta que David se dio cuenta de que nos faltaba la llanta de repuesto, la habíamos perdido en el camino.  Todo indica que la inercia nos reventó la cadena –vieja por el viaje- con la que estaba amarrada a la parrilla en el techo. 

 

Casi de inmediato David se puso en marcha cuesta arriba mientras yo lo esperaba en la camioneta por si la policía me hacía moverme.  Estábamos detenidos en un sitio bastante peligroso, justo al final de pendiente donde el camino doblaba en una curva que todos los autos y camiones tomaban a tremenda velocidad. 

 

Me pasaban de lado tráileres de enormes magnitudes a una velocidad que daba miedo, me preocupaba que uno de esos camiones perdiera un poco el control y le diera alcance a la Zaigua conmigo adentro así que me salí y me paré lo más cerca posible a la pared de roca, hasta que noté que la pared se estaba derrumbando de a poco.  Alrededor mío estaba lleno de rocas de distintos tamaños reventadas en el suelo por la fuerza con la que caían desde la cima. Una pequeña roca me dio en la cabeza, y el miedo a que me aplastara alguna más grande me hizo regresar corriendo a la camioneta.

 

Estaba preocupada por David, que iba caminando por esa autopista tan peligrosa, y no lograba ver dónde estaba.  De pronto una pequeña pickup se detuvo detrás de la Zaigua y de ahí se bajó David con el neumático destrozado colgando del brazo.  Todo indica que uno de esos gigantes tráileres le pasó por encima, reventándola y torciendo el rin como si fuese de cera.

 

Eso nos dejó nerviosos y algo asustados, además de desanimados ya que esa llanta la acabábamos de reparar y es el único repuesto que llevamos para nuestros viejos neumáticos.  Sin embargo, agradecimos no haber causado un accidente, ya que a esa velocidades, el más mínimo percance su puede convertir en una fatalidad.

 

Nos detuvimos no mucho después, en una estación de descanso, y decidimos pasar ahí la noche, a pocos kilómetros de Pichidangui.  Es raro estar solos, al lado del camino, nos dan ganas de regresar a Coquimbo a compartir el murmullo y vitalidad de la familia.

 

Muchas de las estaciones de descanso están equipadas con baños y duchas, así que no representa ningún problema quedarse ahí -una ventaja de pagar peajes tan altos.  Además estamos tan cansados que dormir no será un problema.

 

P.D.  Una vez más, gracias familia Alcayaga, gracias por darnos su cariño, nunca los olvidaremos.  Ojala nos podamos reencontrar en un  futuro no muy lejano.

 

 

 

Andrea

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