Todo se puede

Siempre hay días difíciles de olvidar, por buenos o malos motivos, el de hoy lo vamos a recordar durante mucho tiempo, fueron los 400 metros más largos de la Zaigua.

 

 

Pasamos una noche sumidos en la oscuridad de la selva paranaense y por la mañana nos levantamos con la energía suficiente para sacar a la Zaigua del barro. Solo teníamos que avanzar menos de medio kilómetro para llegar a un terreno llano pero la climatología jugó en nuestra contra, anoche llovió un poco y todo el camino estaba más embarrado. Nuestro plan era esperar a que pasaran las horas más calientes del día para que se secara un poco el camino y mientras tanto cargar ladrillos de la mina vieja en la combi para ir poniéndolos cuando los necesitáramos.

El plan cambió enseguida, al ir de reversa para ir a por los ladrillos, el lodo hizo que nos metiéramos en una zanja, ahora sí que la situación estaba complicada. No había de otra que ir a por los ladrillos e irlos subiendo poco a poco para tratar de salir del hueco. Tras varias horas intentando de una y mil maneras conseguimos regresar el vehículo al sendero, fue nuestra primera victoria del día.

Estábamos agotados y hambrientos, teníamos que descansar un poco. Nuestra cocina ya hace muchos días que se estropeó por lo que hicimos un fuego para hacernos algo caliente. Bajamos hasta las instalaciones de la mina abandonada y organizamos nuestro picnic, mate incluido por supuesto. Nos vino muy bien ese descanso con decenas de mariposas revoloteando a nuestro alrededor.

Si queríamos salir hoy al pueblo nos teníamos que poner en marcha rápido. El camino no se había secado mucho asique tuvimos que volver a acarrear ladrillos y más ladrillos. Durante otras cuantas horas más estuvimos cargando y colocando ladrillos y la Zaigua iba avanzando poco a poco. 

Por fin, cuando quedaba poco tiempo de luz pudimos sacar a la combi hasta un terreno llano. Es difícil de explicar nuestra satisfacción, nos había costado 8 horas y mucho esfuerzo pero lo habíamos conseguido.

Regresamos hasta la Libertad a comunicar a los vecinos que ya habíamos salido. Carmona, la primera persona que conocimos en el pueblo, nos dio la bienvenida y nos invitó a darnos una ducha y a cenar. Hasta la hora de acostarnos estuvimos con Carmona y Aurora, su esposa, charlando y charlando sobre un millón de cosas, que bien nos sentíamos de vuelta en la civilización.

 

 

David

Carmona y Aurora
Carmona y Aurora

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