El lunes logramos embarcar y salir de Belém, mucho más tarde de lo acordado pero salimos. Ya era de noche cuando subimos a la plancha, nos acomodaron no muy lejos de barco.
La parte que rodeaba la plancha ya estaba ocupada por trailers, se suponía que al final todo quedaría ocupado pero algunos camioneros se retrasaron en la carretera y hubo que salir sin ellos; lo cual en todo sentido fue mejor para nosotros, empezando porque hay más espacio para caminar en la plancha y también para que corra el viento.
Hoy es el cuarto día de navegación, ayer por la noche pasamos al lado de Santarem, la ciudad más grande entre Belem y Manaos, pero no vimos nada porque ya estábamos acostados.
Las cosas han sido muy diferentes de lo que las esperábamos. Nos habían contado que esta era una plancha de calor infernal e insoportable, cada vez que le mencionábamos a alguien que haríamos este viaja hacia una cara de pesar y se lamentaba por nosotros por el calor que tendríamos.
La verdad es que ha sido mucho más llevadero de lo que pensábamos: aquí hace el mismo calor que hacía en Belém y seguramente un calor muy parecido al que hará en Manaos–lo cual sí es muy caliente–la ventaja que tenemos aquí es que podemos dejar la camioneta abierta de par en par durante el día, solo cerrándola cuando vamos a estar lejos de ella; y por la noche podemos dormir con las ventanas abiertas, lo cual jamás sucede en las ciudades–o ningún otro lugar. Así que en nuestro caso, la “plancha infernal” ha resultado mejor que la ciudad misma.
Otro de nuestros miedos eran los mosquitos, nos habían hablado–en el puerto–de que la primera mitad del viaje era bastante llevable en cuanto a eso, pero que a partir de la mitad del trayecto los mosquitos eran insufribles.
Desde que subimos a la balsa nos dijeron que el tercer día entraríamos en una zona infestada por mosquitos, que ese día tendríamos que usar mucho repelente y dormir con todo cerrado ya que los bichos aparecían apenas se iba el sol. Solo de pensarlo me picaba la piel y me asfixiaba el calor que pasaríamos esa noche.
Llegó el tercer día, mientras veíamos el atardecer comenzamos a bañarnos en repelente, cerramos la camioneta y encendimos un raidolito y palo santo–había tanto humo en la Zaigua que ardían los ojos. Poco antes de la media noche ya no podía más con el calor que teníamos dentro de la camioneta y decidí salir: no había un solo bicho. Decidimos abrir la camioneta de par de par, si para esa hora no habían llegado los mosquitos, lo más probable es que nunca llegaran. Así fue. Nos pasó por la mente que eso podía ser alguna broma para novatos, pero según nos dijeron al día siguiente, fue cuestión de la luna… Bendita sea.
No sabemos si ha sido cuestión de suerte, o si esta empresa siempre se maneja así, pero la mejor parte del viaje–además de los atardeceres–ha sido la comida.
Lucio es el cocinero, es un hombre mayor que cree fervientemente en la igualdad del hombre, sin importar su condición social, color de piel, nacionalidad, etc. Así que a la hora de distribuir la comida, es igual para todos.
De vez en cuando repite su mantra para la tripulación y luego nos invita a comer todo lo que queramos. Por ahora, hemos comido más carne en este barco de lo que comimos en todo Brasil.
El desayuno se sirve a las seis de mañana–logré estar en la cocina a esa hora solo el primer día. Lucio deja las cosas en la mesa así que a pesar de llegar tarde aún encuentro desayuno–me da la impresión que siempre soy la última en desayunar–tomo mi café, pastel de coco/arroz con leche/pan recién horneado dependiendo de lo que Lucio se haya inspirado en hacer y entonces comienza el día.
La hora del almuerzo llega poco después del desayuno, para las 11:30am ya estamos todos de regreso en el comedor.
Lucio acomoda la comida tipo buffet sobre la barra, cada quien pasa y se sirve lo que quiere y cuanto quiere, igual repite cuantas veces quiera. Nadie sale de la cocina de Lucio con hambre.
David dice que estamos en engorda, comemos como si no parasemos de hacer actividad física todo el día.
Así que ese es otro gran punto a favor de este viaje, nos estamos dando vacaciones de cocinar y preocuparnos por qué es lo que vamos a comer y dónde vamos a parar para hacerlo.
Ya que en un principio no teníamos claro lo de las comidas–y lo cual recomendamos a cualquiera que vaya a hacer este viaje–nos preparamos trayendo nuestra propia comida y mucha agua.
En cuanto al agua todo perfecto, además del agua que llevamos en el barco hay garrafones de agua de los que podemos beber cuanto queramos, además podemos ponerlo en la heladera para que este fría–Lucio siempre tiene agua fría para quien quiera–, la comida se la dimos a Lucio para que la agregara a sus platillos, estamos felices comiendo lo que él prepara.
Los días han pasado rápido, los primeros dos fueron como un fin de semana en un nuevo lugar: estábamos conociendo a los otros tripulantes, los movimientos de la balsa, las comidas de Lucio, los paisajes…. El tercero ya comenzamos a sentir la monotonía de estar en una plancha de fierro que va a velocidad constante sobre el agua, el calor y la falta de actividad.
Durante el día nos metemos a nuestra guarida: debajo de tres trailers pusimos nuestra hamaca y dos sillas; ahí pasamos las horas de más calor, a la sombra de la carga, leyendo, haciendo ejercicio, tomando café, haciendo artesanías, escribiendo. Por las tardes nos reunimos todos al frente la balsa para ver el sol ponerse y al Amazonas cambiar de color, platicamos un poco y disfrutamos del viento. Es una verdadera rutina, pareciera que hemos estado aquí mucho tiempo…
El paisaje cambia constantemente, el rio se ensancha o se hace más angosto; se acercan niños en sus canoas a la balsa y hacen ruidos como si cantaran, por lo que nos dijeron aquí en el barco, se acostumbra lanzarles bolsas con ropa o comida. Algunos otros vienen con sus mamás y se acercan al barco a vender açaí o pescado.
Hay casitas esporádicamente, algunas más sencillas que otras, rodeadas completamente por el verdor de la selva y el agua.
Hoy comienza la segunda mitad del viaje, ya veremos qué nos espera; la verdad es que nos han hablado tanto del insufrible calor de Manaos que estamos disfrutando estar aun en la balsa.
Andrea
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